Islandia no es como los demás países. Es diferente. Y digo diferente porque la opción islandesa de no salvar a la banca ni a sus acreedores, está dando los mejores frutos de todas las alternativas propuestas para superar la crisis financiera mundial.
La situación en octubre de 2008 de éste pequeño país ártico de 320.000 habitantes, era de auténtico pánico financiero. Pero el Gobierno, en vez de inyectar miles de millones en unos bancos cuyos activos se habían disparado hasta ser 11 veces el PIB del país, decidió que se suspendieran los pagos.
La reacción fue la esperada. En noviembre de ese mismo año, la corona islandesa ya había perdido un 58% de su valor, la inflación se disparó hasta el 19% en enero de 2009 y ese mismo año la economía se contrajo un 7%. El primer ministro, Geir Haarde fue obligado a dimitir en enero de 2009 y ahora se enfrenta a los tribunales.La fiscalía, tras un duro informe de una comisión parlamentaria, ha dictaminado que el conservador Haarde actuó con "extrema negligencia" durante la crisis que estalló en 2008 y que ocultó información a los ciudadanos y a su Gobierno sobre la gravedad de los datos de que disponía.
Sin embargo, tras dos años de duro ajuste que incluyeron la intervención del FMI, la recuperación islandesa está en camino. Su economía que salió de recesión en el tercer trimestre, podría crecer un 3% este año. El país además planea volver a los mercados de capital e incluso emitir en euros, algo que no hacía desde 2006.
Pero quizá lo que más sorprenda del caso de Islandia no es su pronta recuperación, sino su original manera de afrontar su crisis económica: dejar quebrar a la banca y perseguir a políticos y banqueros que a punto estuvieron de arruinar el país.
Recortes sociales, crisis y desempleo son el pan de cada día de muchos islandeses pero al menos ellos pueden estar orgullosos de ver como los máximos responsables de su país, dan cuenta a la Justicia de sus presuntos delitos.
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